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domingo, 10 de abril de 2016

TRILOGÍA DIOS Y EL DIABLO – PARTE 1 – ELLOS ESTÁN ALERTAS A LOS DETALLES


¿Qué te condena? ¿Qué te absuelve? ¿Qué te eleva a Dios y que te rebaja al Diablo? ¿Grandes actos o pequeñas cosas del día a día? Para su mayoría el día es muy pequeño para hacerse caridad.

Yo misma, cuantas y cuantas veces con rabia de la vida o triste por algún motivo, o creándome agraviada, miraba a las muchachas en las aceras con desdén y nunca les di una plata siquiera.  

Cierto domingo al pasar por un supermercado, vi una muchacha que al máximo tenía sus 15 años y sostenía un recién-nacido en regazo y dos sentados en el piso. Ella agarró el niño y le levantó hasta mí. Le miré con tanta rabia y tanto despecho como si le dijera: “Tu solo sabes hacer eso”. No satisfecha, le dije: “Así es, tener sexo, buscar un hombre de pito vistoso, abrirle las piernas a él fue bueno, ¿no? ¡Tienes tres a tu lado!”. Sé que ella fue irresponsable por haber puesto tres niños sin condiciones en el mundo y será responsable por la infelicidad, por el hambre y por las necesidades de la vida de ellos en el día a día. Otra señora que venía por detrás se pasó por adivina y profetizó: “Mañana serán todos marginales, van a asaltar a nuestros hijos y nuestros nietos, la niña seguirá el mismo camino de la madre y será prostituta como ella”. No sé lo que me dio.

Bien es verdad que fue uno de aquellos días que usted no se levanta bien, no está bien consigo misma ni tampoco con los otros. Seguramente pagaré por eso, mismo siendo solo una constatación y un comentario, de no ser mío por derecho.

Como era domingo, pasé en la iglesia (PS: paso años sin ir a alguna, mientras tanto a veces milagros suceden, yo fui), no estoy acostumbrada a ir ni cuando estoy desesperada, Le pido solo a Dios que me calme y me entregue a Él de cuerpo y alma, pues creo que Dios está en todos los sitios y no solo en un sitio predestinado. Entré, oré por las almas, principalmente por aquellas que siempre ayudan a los animales, principalmente a los que viven por la calle, pues estos tienen el cielo y el asfalto como testimonia de su desgracia. Pido también que el ser humano mejore, no los envenene, haciendo de su hambre un aliado de sus muertes. Así, miré al lado y vi dos señoras, bien viejecitas, que deberían estar comprando el billete para el otro lado de tan ardiente que eran sus preces, llegando mismo a molestar al padre o ya se encontraban en el cielo ya.

La misa se acabó y salimos casi juntas. Un perrito cachorrito, bonitito, negrito como la noche sin lunar, pues estaba muy maltratado, mucho mismo, pobrecito. Las dos viejecitas que algunos minutos pasados que oraban con tanto fervor a Dios, agarró a su quitasol y golpeó el perrito que salió corriendo y llorando casi siendo atropellado por un coche. La su otra hermana de fe y oración le criticó, pensé: “¡Qué bueno! Al menos no necesitaré hacer eso, llamarle la atención por la falta de caridad con la mascota”. Entonces ella se vira y habla:

- Fulana! Usted no debería golpear con el quitasol el sarnoso, podría haberlo rompido y ellos son tan caros el día de hoy. En su lugar yo le tendría chutado, pues él correría de la misma manera y usted no tendría ningún perjuicio.

Riendo, la otra terminó con una perola:

- Yo todavía tengo buenas piernas. Ese infeliz debería haber sido muerto luego.

Como si no tuvieron hecho nada en demasiado, siguieron felices de la vida a sus casas, marcando para el día siguiente otra misa, pues seguramente eso llevaría a Dios. Como ya estaban con edad, sus lugares en el Cielo ya estarían reservado. ¿Será?


Kátia Paes

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