En la Avenida del Dolor esquina con la Decepción vivía un corazoncito tan machucado, maltratado, ahuyentado,
sufría tanto el pobrecito, pues pasaba hambre, quedaba al rocío y como si no
bastara, era despresado cuando no ignorado.
Al caer la noche, él
conseguía un diario viejo para calentarse y conseguía un rincón cualquier en la
vieja marquesina que la llamaba de hogar. Miraba al cielo y rezaba, agradecía
por el día que terminaba y pedía que el día siguiente fuera al menos igual al que pasara, pues por lo menos él había sobrevivido. Pero, al amanecer él
observó que todos tenían su compañera. Él habló con su amigo:
- Caramba, tan bonito vosotros.
- Tú también deberías
arreglar una compañera.
- ¿Será? Tengo miedo,
ya sufrí tanto.
Respondió su amigo:
- ¡Claro que será bueno!
Todo el mundo tiene el derecho a la felicidad.
- ¡Ah, quizá! Exclamó el
corazoncito.
Cayó la noche debajo de
la vieja marquesina y él se preparó para dormir. Miró al cielo y rezó:
- ¡Mi Señor de bondad! Tú
que todo escuchas, sabes, si hay merecimiento de mi parte, por caridad Señor,
concédeme una compañera, para quién sabe esta vez yo pueda dar cierto y pueda
ser feliz. - Con lágrimas en los ojos adormeció el pobre corazón.
Al levantarse por la
mañana siguiente, fue busca lo que comer en la Calle de la Ilusión, pues allá
había muy movimiento, con coches lujosos, gente bien vestida y la basurera
vivía llena. De repente él escucha:
- ¡Agárrala! ¡Agárrala!
¡Ladrona!
Delante de él para una
corazoncita que le pide desesperada:
- ¡Ayúdame! ¡Por favor!
Él la esconde. Pasado el
susto, van los dos para la vieja marquesina donde ella estaba segura al menos
por algún tiempo.
- Bien – a él la
pregunta – ¿Que realmente pasó para la policía estar atrás de ti?
- Ah, me acusaron de robar
un cliente, como si yo fuera deshonesta. Él me calumnió.
Sin querer saber de más
detalles, él le dijo:
- Quedas conmigo que
estarás protegida. Intenta no arreglar confusión. ¿Cómo te llamas? – Le preguntó.
- Me llamo Plata. ¿Y tú?
- Cándido.
El tiempo fue pasando y
el corazoncito se enamoró como si nunca hubiera sido enamorado.
Todas las noches, antes
de dormir, el corazoncito agradecía la felicidad de la gracia atendida, una
compañera. Pero cierta mañana se levantó solo. A su lado solo la vieja hoja de
diario. Se desesperó el pobre corazón. La buscó por la Calle del Dolor, de los
Desesperados, de las Lágrimas, de la Euforia y por último de la Decadencia. Y
nada. Allá avistó Sr. Intestino. Con miedo se aproximó, pues él tenía la fama
de ser mal-humorado.
- ¡Sr. Intestino, por
favor, un minuto de su atención! ¿Usted ha visto mi alma gemela, la Plata?
- No, mi muchacho. Al
acaso para tu saber yo seré el último a verla, pues todos así como ella me
ignoran, no me dan la debida importancia que tengo y cuando la dan, a veces ya
no hay más nada a ser hecho.
- ¿Cómo así? – Le
preguntó el corazoncito.
- Simple, contéstame, ¿tú
que andas por ahí ya oíste alguien decir que tuvo diarrea por la noche? ¿Que
tuvieron seguidillo? ¿Observaste que cuando las personas van al baño ellas van
siempre a hacer el número uno? Ellas nunca dicen que van a hacer el número 2
por vergüenza. Cuando miras que alguien está pasando, reclamando de alguna
cosa, ellas van a decir que están con dolor de cabeza, que pasaran la noche con
cólica renal, etc., pero yo nunca, ¡nunca quité el sueño de nadie! – Sonrió el
intestino – Sin embargo, lo sé quién sabe de ella.
- ¿Quién? ¡Por favor! –
Suplicó el desesperado corazón.
- El Sr. Cerebro, pues él
es el gran comandante, sabe todo!
- ¿Pero dónde lo encuentro?
- Hijo, en la Calle de
la Razón, ¿sabes dónde es?
- ¡No lo sé! Pero voy a
encontrarla.
- ¡Dudo! Pero él te
encontrará.
Desanimado, el corazón se
fue. Entonces él escuchó:
- ¡Psiu!
- ¿Quién es usted?
- ¡Soy quién buscas!
- ¿Sr. Cerebro?
- ¡Exactamente!
- ¿Usted vio mi alma
gemela, Plata?
- ¿Mi ingenuo
corazoncito, cual es la plata que para en las manos de alguien? Ah, la vi. ¿Cuánto
tiempo piensas que ella iría soportar tanta miseria? ¿Tanta privación?
- ¡Pero ella me amaba
tanto! – Contestó el pobre corazón.
- La lengua habla lo
que quiere y no lo que siente – Contestó el cerebro.
- No, ella me amaba.
- Amaba tanto, no es,
que pasó en un coche lujoso con el Sr. Estómago, gordo y rico. ¿Cuándo
aprenderás la verdad de la vida? Triste yo lo sé que es, por esa razón yo nunca
me enamoré y se me molestan les doy un dolor de cabeza repentinamente y así
ellos me dejan en paz muy rápido, no necesito ni pensar dos veces. Que eso
sirva de lección a ti. Antes que yo le dé un dolor de cabeza, regresa ahorita a
su marquesina.
Kátia Paes
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